El Ecuador de hoy - Política y Sociedad Ecuatoriana: El incendio grande: 5 y 6 de octubre de 1896

septiembre 12, 2005

El incendio grande: 5 y 6 de octubre de 1896





Tres años trágicos, de graves incendios consecutivos golpearon a Guayaquil, entre 1893 y octubre de 1896. Años de ingentes pérdidas para la ciudad. Los siniestros fueron tan frecuentes que por entonces se habló de la presencia de un incendiario como el causante. El 12 de febrero de 1896, preludio de la gran tragedia de octubre, el fuego redujo a cenizas todas las manzanas comprendidas entre las calles 10 de Agosto, por el norte; Colón, por el sur; Pichincha, por el este; y Chimborazo, por el oeste. Además, aquellas que se encontraban en la acera sur de la calle Colón hasta Luzárraga entre las calles Pichincha y Chile. Con este flagelo, se acentuó la sospecha de la existencia de un pirómano, se hicieron indagaciones, algunos arrestos, pero nunca se comprobó fehacientemente la responsabilidad de manos criminales.

En la madrugada del 6 de octubre de 1896, se inició el más terrible flagelo que ha sufrido la ciudad, conocido como el "incendio grande". Se inició en la esquina de Aguirre y Malecón, frente a la gobernación, corrió hacia el norte consumiendo las casas que se encontraban entre Malecón y la calle Rocafuerte y luego de quemar todas las de Las Peñas, terminó en la antigua cervecería. En su camino por Aguirre desde el malecón hacia el oeste, volteó por Chile hasta Ballén, continuó hasta Boyacá, se encaminó al norte hasta Luque, por donde dejó todo en cenizas hasta la calle Chanduy, volteó por Zaruma al oeste hasta Morro, y por esta se desplazó al norte. Finalmente lo único que detuvo el fuego fueron las sabanas despobladas en donde se refugió la gente que lo había perdido todo.

El periódico "El Grito del Pueblo" del 8 de octubre de 1896 publicó en su primera plana: "CATÁSTROFE: Acaba de realizarse en esta ciudad una de esas catástrofes, página horrorosa en la historia de los pueblos. En cuarenta y ocho horas el fuego ha destruido la zona más importante de la población, donde estaba centralizado el movimiento, la vida comercial y el núcleo de nuestra sociedad (…) mientras las llamas con ira rabiosa destruían los edificios los habitantes huían despavoridos a salvarse en la pampa (…) Desde el centro de la ciudad al norte no se percibe más que vasto campo cubierto de humeantes escombros (…) La zona incendiada equivale a la mitad de la ciudad en cuanto a extensión; pero en esa mitad existía todo el alto comercio, los edificios de más importancia, el centro de la ciudad donde estaba concentrada la vida de la población". Entre los incendios de febrero y octubre desaparecieron 1.305 casas, y quedaron arruinados 25.000 guayaquileños.

La ciudad tuvo una pérdida total de dieciocho millones de sucres, equivalentes al total de las exportaciones cacaoteras de todo el año del país. La población quedó reducida a 35.000 habitantes, y, los vecinos de los barrios del sur, y de otros sectores que se salvaron, quedaron afectados de tal forma, que bastaba una pequeña columna de humo, para que se produjese una gran alarma.El espíritu de ayuda solidaria tradicional de guayaquileños y extranjeros no se hizo esperar, Se manifestó hasta en los mínimos detalles, los cuales "El Grito del Pueblo", recoge en sus comentarios: Para socorrer a quienes habiendo perdido todo deseaban salir de la ciudad, "a petición del capitán del puerto señor Fernández Madrid, la Compañía Sudamericana de Vapores rebajó los pasajes en un 20 %. Igual concesión hizo la Compañía Inglesa de Vapores".

Para atender en necesidades primarias: "El señor Juan F. Fioraravanti, antiguo propietario extranjero en esta plaza se ocupa desde antier en repartir personalmente en una canasta, considerable cantidad de pan a las personas que aun permanecen sin abrigo ni alimentos en el sitio llamado El Potrero".

En la confusión generada por el pánico, mucha gente huyó despavorida del incendio y se extravió. Otros vagaron por la ciudad durante horas buscando sus parientes. Frecuentemente se daban encuentros entre quienes se creían muertos. Muchos niños caminaban entre el amasijo de escombros, pues al perder sus domicilios, y cualquier referencia visible del área en que habían vivido, fácilmente se desorientaban. La mayor parte de ellos permanecieron durante varios días en casas de gentes caritativas que los acogieron. No obstante las presiones a las que estaban sometidos, rigores de la pobreza en que muchos quedaron, temores e inseguridad sobre la vida que les esperaba, la comunidad se daba lugar para participar con entusiasmo de la vida y reconstrucción de su pujante urbe.

Julio Estrada en su obra "Guía Histórica de Guayaquil", dice: "La valentía de un pueblo decidido, trabajador y empeñado en no dejarse vencer por la adversidad, dio como resultado que para 1899, en la zona que el "incendio grande" de 1896 había destruido, ya se habían levantado o estaban en proceso de construcción, 4 bancos, 4 templos, 2 beneficencias, 4 depósitos de bombas contra incendio, 384 casas, 434 covachas y 100 ranchos. El también asolado barrio de Las Peñas, que desde años atrás había sido lugar donde las familias acudían a convalecer y a recrearse, había recuperado su vida normal, con la construcción de nuevas casas que dos años después del flagelo ocuparon las principales familias, convirtiéndolo en un elegante barrio residencial. Al final de la calle, se reinstaló la fábrica de cervezas que había fundado Luis Maulme & Cía".



Los guayaquileños, pese a tan grandes aflicciones, paulatinamente recuperaron su esparcimiento espiritual frente al río. En pos de la brisa fresca, al atardecer, acudían las familias al malecón. Grupos de gente mayor y jóvenes bajo la vigilancia de las madres, paseaban y de arriba abajo por la calle. Llenaban el aire con el eco de su charla, en la que contaban y recontaban los momentos sufridos. Relatos sobre las peripecias del incendio y lamentos por los trastos perdidos y de cómo extrañaban las comodidades de sus casas quemadas. Los hombres mayores, en grupo aparte, hablaban de política, de negocios, calculaban las pérdidas de los destrozos ocurridos, la paralización de las transacciones. Años duros les esperaban, falta de brazos para la agricultura les preocupaba. La comunicación con el interior interrumpida varias veces, la confianza perdida, el porvenir oscuro. En fin, las cosas "andan mal, muy mal", opinaban mientras se mesaban las barbas o se atusaban los bigotes. El viento, en sus ráfagas, traía a ratos el sonido destemplado de una tocata de organillo, el lamento sentimental de una guitarra, murmullos de conversaciones lejanas, o la gritería de unos cuantos chicos que, en batalla campal, se entretenían en arrojarse cáscaras de mangos, que se encontraban en plena cosecha. Por intervalos se oía el piteo del celador que anunciaba su ronda callejera. Así transcurrían las horas en actitud centenaria, ante el frescor de la noche y el quedo rumor del río. Muchos de los jóvenes y sus padres se recogían a la tranquilidad de su hospedaje temporal, pues no tenían techo, para buscar en los sueños el complemento de las ilusiones.

Luego de la hecatombe, la reacción positiva y el ánimo reconstructor no se hicieron esperar. Así como la presencia del fuego había alimentado su solidaridad, los escombros y el drama humano fueron acicate para el resurgimiento de la ciudad. Tres años apenas habían transcurrido y solo existían huellas en sus almas. Se ampliaron las calles, se eliminaron callejones, y las dos ciudades que se habían formado en 1693, Ciudad Nueva y Ciudad Vieja, quedaron definitivamente enlazadas por un diseño armónico. Esto es en suma el espíritu de Guayaquil, nacido en la lucha, la conquista, el esfuerzo. Sociedad crecida por la voluntad autonómica de sus hijos, no sobre lágrimas, estrecheces ni necesidades ajenas.

Fuente: Archivo histórico de Guayaquil