El Ecuador de hoy - Política y Sociedad Ecuatoriana: Naranjiento (I)

abril 04, 2006

Naranjiento (I)




Érase una vez, en los tiempos en que la globalización afectaba al mundo y existían muchas discusiones sobre qué mismo significaba TLC, OXY y otras siglas que al momento no vienen al caso, en un reino muy pero muy lejano, ubicada en el paralelo cero, de cuyo nombre no quiero acordarme (vamos, si me acuerdo, pero me da pena escribirlo, así que le llamaremos "El Reino de No Pasa Nada"), que existía un pequeño joven llamado Ramiro; pero por dedicarse a hablar mucho sobre los múltiples colores de la naranja, le habían puesto Naranjiento.

Naranjiento era feliz con su papá hasta el día en que asistió a su sepelio político: ahí tuvo a mal conocer a los hijos que su papá había tenido en años anteriores, en tierras ajenas a la capital. El uno era de la comarca de los Cuatro Ríos, Carlos, mientras que el otro era vecino, pero nunca lo había visto antes. Le decían Landázorri.

Carlos tenía fama de fiscalizador: en sus ratos libres se dedicaba a buscar paja en ojo ajeno. Cuando no estaba arremetiendo contra los duques de comarcas aledañas, lo hacía en contra del rey mismo. O de la hermana del rey. Pero todos sabían su secreto: su título de escribano había sido conseguido de agache. Se rumoraba que incluso no había asistido a la escuela, sino que había sido titulado por un conde allá en la comarca del Gran Banano. Pero eran solo rumores…

Landázorri, por otro lado, gustaba de hacer contratos con obras adelantandas en el tiempo. Una vez aceptó, con sobreprecio y todo, la construcción de un edificio con artefactos que todavía no existían en la época. De igual manera, en sus ratos de ocio, gustaba de tomarse unos tragos –procedentes de Rusia- con el Archiduque del Malecón. Por esto en su tierra, el condado del Teleférico, no era bien visto.

Sucedió entonces, que uno de los candidatos a rey estaba buscando pareja, para hacer de reina suya, todo protocolariamente: nunca prometía que la unión conyugal se iba a consumar. El candidato se hacía llamar Goldós, aunque de sobrenombre le decían el “lelócrata”. Goldós convocó a un gran baile en el cual iba a escoger a su pareja. Insistió que no necesariamente tenía que ser mujer, dado que la unión conyugal –insistía- no iba a ser consumada nunca.

Para esto, Goldós y sus asesores tuvieron una brillante idea: harían un baile de disfraces y camisetas. Tan comunes en el reino, donde a cada rato las personas se sacaban una careta diferente, así como cambiaban el color de su camiseta. Era la oportunidad perfecta para escoger a su pareja, o, como él lo llamaba, “binomio”.

Esta historia continuará...