Día 1
Este post se pudo haber llamado también "pagando viejas deudas".
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Sonó el despertador. Eran las 4 y media. Hacía tiempo que no escuchaba el silencio de la ciudad a esa hora. Llamé al Taxi-Amigo, que no fue muy amigo luego a la hora de cobrar. Ya en el terminal, me sentía raro al haber llegado tan temprano para el carro de las seis, que se ve como de las seis, parece el de las ocho pero en realidad sale a las seis y media. Con el autobús ya copado, luego de los respectivos: “¡Quito, Quito, venga, ya salimos!”, arrancó la travesía.
Me habían recomendado irme en avión. Pero, al no disponer de la guita suficiente para poder hacerlo, no me quedó otra que la vía terrestre. Ya algunos años que no recorría la ruta. Y la encontré algo diferente, definitivamente. Las carreteras concesionadas, una belleza. El carro ni se sentía. Habría podido hasta dormir de no haber mediado mi hijo con sus juegos, una vez que se tomó su biberón. Yo rogaba al cielo, a Santa Marta y San Guchito que no hiciera popó, porque seguramente en “la comodidad” de esos asientos hubiese sido más fácil hacer una cama de dos plazas que cambiarle el pañal con materia fecal del bebé.
El paisaje no ha variado mucho: plantaciones de limón, banano, palma africana, arroz. Todo ello ya en la provincia de Los Ríos. Gracias a Dios, los arroceros todavía no se habían dado cuenta que había sobreproducción, porque sino, hubiese salido en las noticias haciendo trasbordo. Ni había sentido las 2 primeras horas de viaje cuando arribamos a Windows, o sea, Ventanas. Al rato Quevedo. Para esto, ya mi espalda y su parte inferior habían comenzado a hacer mella en mí. Que acomódate mejor, que siéntate bien. Al cabo de seis horas de viaje, apareció Santo Domingo. Más palma africana. Además, me da la impresión que es una ciudad bien fácil, porque sí que da papaya.
Parada en el terminal. “15 minutos, señores”. Alivio para mis piernas, mi espalda y mis nalgas. Ya estaban agotadas las pobres. Me decía: “Sólo 2 horas más, 2 horas más”. El seco de pollo de ese restaurante estaba bueno. No buenísimo, solamente bueno. Lo recomiendo, aunque recomendaría mejor que lleven su propio tenedor.
Luego de una Coca-Cola, me sentí más aliviado, listo para enfrentar la cordillera. Acá si me aburrí: abismo tras abismo. Que se me tapaban los oídos, que se destapaban. El bebé se comportaba bien, considerando que había corrido durante los quince minutos de la parada, y se quedó dormido mientras ascendíamos. Pusieron una película de Val Kilmer que no me acuerdo el nombre, creo que era “Juegos Peligrosos”, o algo así. El asunto es que Val Kilmer era un militar chepísimo, pero que el doblaje al español lo había convertido en medio torta: “Coño, tío, hostias,...”. Creo que no me acostumbraré nunca.
¿Y que es esto? Creo que Alóag. Sí, ya estamos cerca. Media hora después, ya estabamos en Tambillo. Y no me di cuenta donde empezó Quito. El asunto es que cuando caí en cuenta ya leía anuncios como “Toros populares”. Me dije “ya llegué”. En ese preciso momento sentí claramente como las raíces se desprendían del asiento. Quito me recibía a las 14H32. La Virgen del Panecillo ya me estaba haciendo ojitos. “Ve, llegamos al Terminal”. No mejor, vamos al terminal de estos manes, que es en el Centro. Mejor, porque pasamos por los túneles de San Roque, San Juan, San Blas y no me acuerdo cual otro, porque ya me estaba quedando soñado por la mala ventilación en uno de ellos.
Ya bajados, a coger taxi. El mono tiene la costumbre de negociar antes, así que preguntémosle. “Jefe, ¿cuanto al hotel XXXX?” “3 dólares”. “Si viste, acá también funciona el regateo”. Una vez registrados, ahora sí, un ligero descanso. Viaje para matador. Pensaba como iba a hacer para el regreso.
En horas de la noche, un poco más descansados, a caminar. Hay que adaptar los pulmones. Y los adapté bien. Las corridas del bebé en la vereda los pusieron a prueba. Regresamos a descansar, sabíamos que la jornada del día siguiente iba a ser un reto a nuestro físico.
¿Fotos? En el día 2.
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