El Ecuador de hoy - Política y Sociedad Ecuatoriana: Naranjiento (II)

abril 05, 2006

Naranjiento (II)




Goldós entonces comenzó a recorrer las comarcas vecinas repartiendo las invitaciones y dialogando con los responsables de cada una de ellas. Así, conversó con el Archiduque del Malecón, el Conde de los Cuatro Ríos y demás personalidades del reino. Hasta que llegó al condado del Teleférico, donde conoció al papá de Naranjiento.

Para esto, los hermanos de Naranjiento lo trataban mal. Trataban de relegarlo de las planas de la sección de sociales de los diarios del reino. Le permitían figurar, pero cuando comenzaba a hacerlo mucho, ya lo tapaban con la fórmula por ellos conocida: el escándalo, apuntando a otro lado siempre. Y Naranjiento se quedaba frío, porque al fin y al cabo el hacía caso a su papá. Igual ya su progenitor le había dado oportunidad de figurar en las revueltas que habían hecho caer del trono al rey anterior.

Con estos antecedentes, Carlos y Landázorri se apresuraron en recibir la invitación, sin decirle nada a Naranjiento. El papá de los tres cayó en el juego también, dejándose engañar por los dos malévolos hermanos. Programaron que mientras dure la visita de Goldós, Naranjiento vaya a atender ciertos asuntos del CONCOPE, que era algo así como una reunión de los feudales de todo el reino, solo que en realidad lo que siempre hacían era joder al rey por más tierras.

Llegó el día del baile. Landázorri, como de costumbre, se había portado altanero: o lo escogían a él para ser candidato a rey, o no iba al baile, peor aún iba a aceptar ser pareja de Goldós. Carlos fue un tanto más sumiso: sabiendo que no iba a poder ganar el reino, ser pareja de Goldós le iba a dar el lugar que tanto quería y había criticado. A Naranjiento lo habían tenido ocupado en otros menesteres: que anda habla con el rey, mantenlo ocupado, etc. Goldós no había tenido oportunidad de ver a Naranjiento.

Instalado ya el baile, en la recepción comenzaron a desfilar los disfraces más llamativos posibles, todos por ganar la atención del lelócrata. Aparecían algunos disfrazados de Chávez, otros disfrazados de bolivarianos, por allá encontraban disfrazados de revolucionarios y uno que otro iba disfrazado de socialista. Incluso, algunos habían osado disfrazarse de alfaristas. Era un baile bien ameno el que había armado Goldós, pero su atención se centraba en la llegada de los hermanos de la comarca del Teleférico.

Hasta que el momento se dio: con el papá como chofer, se bajó primero de la limosina Carlos: un disfraz absolutamente blanco, cual manso corderito, que dejaba notar claramente que se trataba de una farsa. Goldós, para sus adentros, sabía que no era el elegido. Luego se bajó Landázorri. Un atuendo naranja, elegante, soberbio, hicieron que varios de los invitados lanzaran inmediatamente gritos de asombro y ovación, es más: alguno gritó “Landázorri para el reinado”, cosa que molestó enormemente a Goldós. Pero uno de sus asesores lo calmó indicándole que eran barras pagadas por el mismo Landázorri. “Miedda” –pensó- “ninguno de estos dos va a ser mi pareja”.

Naranjiento, cansado, llegó a la tienda naranja. Inmediatamente comprobó que su familia no estaba, se precipitó a la mesa del comedor. Ahí encontró la invitación que su padre y hermanos le habían escondido. Cansado, y desconocedor de la fiesta, no tenía tiempo para conseguir un disfraz. Se echó a llorar. Entonces, algo mágico sucedió: frente a él y de la nada, se le apareció su Hado Mestizo.

“Soy tu Hado Mestizo, Naranjiento. Pero tú puedes llamarme Niño Rica-urte”.

Naranjiento, ni corto ni perezoso, le pidió que lo llevara a la fiesta. “Antes, tengo que hacerte un disfraz”, inquirió Rica-urte. Y moviendo su varita mágica, invocó a los espíritus “pachakutiescos” a los que alguna vez se debió, y Zuas! …

Naranjiento lucía un disfraz de pacto de centro-izquierda. Rica-urte lloraba de la emoción.

- “Niño Rica-urte, pero tengo que llegar rápido. ¿No vas a hacer aparecer un carro?”
- “Pues ya me quedé chiro. Toma, andate en el trolebús”.

En la fiesta, Goldós estaba aburrido. Y el marqués del Banano ya lo había amenazado con llevarse el reino cueste lo que cueste. Goldós perdía fuerzas, cuando de pronto, simplemente, quedó estupefacto. Naranjiento había llegado.

Esta historia continuará...