El Ecuador de hoy - Política y Sociedad Ecuatoriana: Naranjiento (III)

abril 26, 2006

Naranjiento (III)




“Dios mío, por gusto vine. Todos van a decir que mi disfraz está feo”, pensaba Naranjiento para sus adentros. No obstante, todos los invitados al baile se habían quedado perplejos, hasta el mismo Goldós. Se había quedado deslumbrado.

En ese mismo momento, el tío de Naranjiento, Raúl Pellejo, se adelantó a Goldós.

- “Le gusta mi sobrino, ¿no?”
- Pues para binomio me cae muy bien
- Yo mismo elaboré el disfraz, algo dificultoso, en serio, pero ahí lo tiene.

Goldós se acercó a Naranjiento. Este último no podía contener la emoción. Estaba sin aliento.

De pronto, se escuchó un escandaloso ruido en una mesa cercana. Era Landázorri.

“O me eliges a mí, o se te acaba la fiesta”. Landázorri había inclusive llamado a varios amigos de él, de la comarca del Malecón, y ya estaban otra vez proclamando “Landázorri para rey, Landázorri para rey”.

Inmediatamente corrió hacia él Pellejo. “No seas pendejo, ¿no ves que es tu hermano?”, le increpó, y a renglón seguido le indicó que no había de qué preocuparse, que mejor dejase que su hermano menor ocupe el puesto de binomio. Al fin y al cabo, eran hermanos, y un ministerio en el futuro no le vendría nada mal.

Carlos, por su parte, ya se había echado al dolor. Perdió el habla por más de un mes.

Sonaron las 12. Naranjiento huyó despavorido, pues, fiel a la enseñanza de su padre, las 12 era la hora sagrada, y por lo tanto tenía que irle a rezar a la gran Naranja. Fue así que salió corriendo, pero al pasar por las escaleras, se enredó una parte de su disfraz en uno de los balaustres, y se quedó un pedacito del pacto de gobierno ahí. Goldós, que corría detrás de él, cansado ya, tomó el papelito. En el papel se alcanzaba a leer algo así:

“Prometo no ser serrucho, y mantener callado al partido mediante una correcta...”

Y el papel llegaba hasta ahí.

Goldós se conmocionó. Sabía que ése era su binomio. Pero… ¿Cuál era la identidad de aquel “no serrucho”?

A la mañana siguiente, Goldós comenzó de casa en casa, en la comarca del Teleférico, a preguntar si alguien sabía que seguía en el papel. Nadie le daba respuesta. Algunos inclusive comenzaban en ese rato a escribir:

- “administración de los recursos del reino”. “No, no encaja.” Le decía a Goldós su amigo y asesor Alveor.
- “conversación con las bases del reino”. “No, muy inocente”.
- “eliminación de la corrupción”. “Muy iluso”.

Hasta que llegó a la tienda naranja. Landázorri, sabiendo de la nueva búsqueda de Goldós, y conocedor de la verdad, mandó a Naranjiento a atender unos deslaves en las vías. Naranjiento fue presto. Pero se le quedó la orden de trabajo, y nos cuantos pesos para que la constructora se moviera más rápido.

Landázorri salió al encuentro de Goldós. Cuando leyó el papel, lo único que atinó a mostrar, en un papel bastante sucio,

“Asignación de los contratos a dedo”

Goldós perdió toda esperanza. ¿Quién habría sido aquel precioso pacto de gobierno?, era una pregunta que ya perdía respuesta.

Carlos seguía llorando en un rincón de la tienda.

En ese preciso instante, Naranjiento irrumpió en la puerta. Al ver a Goldós se conmocionó.

- “¿Y tú quien eres?”
- Yo, esteeeeeee…, yo…, soy Naranjiento.
- Mucho gusto Naranjiento. ¿Me podrías decir que viene después de esta frase?

Y Naranjiento, sabiendo la respuesta, sacó del bolsillo de su saco un pedazo de papel que encajaba perfectamente y rezaba:

“repartición de la troncha”

Goldós comenzó a llorar. La frase estaba completa y había encontrado a su binomio, aquel que lo acompañaría en sus días de reinado, siempre y cuando ganase las elecciones.

Y vivieron felices para...





No, no para siempre. Hasta el 15 de enero del siguiente año, cuando Goldós fue proclamado rey y señor, y Naranjiento vice-rey. Hasta ahí les duró el romance.